La seguridad mundial siempre ha sido uno de los principales problemas de la humanidad, pero en las últimas décadas, debido a la globalización de la economía mundial, la interdependencia de los países y el desarrollo de la tecnología, incluidos los militares, ha pasado a primer plano. Este es un concepto tan complejo que hay desacuerdos incluso en la definición del término, sin mencionar las formas de lograrlo (Hough, 2018).
El mundo se enfrenta a una convergencia sin precedentes de inestabilidad y amenazas internacionales. La gama de amenazas -coerción e intromisión regional, corrupción gubernamental, terrorismo transnacional, corporaciones y milicias apoyadas por el gobierno, inseguridad sanitaria, armas químicas, nucleares y otras armas no convencionales, desplazamiento masivo de poblaciones y crisis humanitarias abrumadoras- crea un entorno complejo. Las herramientas de respuesta tradicionales han demostrado ser cada vez más ineficaces contra tales crisis, y la combinación de amenazas e inestabilidad presenta nuevos desafíos.
Teniendo en cuenta mi experiencia profesional, académica y personal, en mi opinión, el mayor desafío de seguridad que enfrenta el mundo de hoy es la corrupción. Dado que soy iraquí, entiendo por experiencia personal los niveles de corrupción en todas las escalas, desde funcionarios gubernamentales hasta departamentos gubernamentales, y soy consciente de la gravedad de sus consecuencias. La corrupción se ha convertido en una amenaza prioritaria para la seguridad al socavar la eficacia del Estado, erosionar la confianza entre los ciudadanos y el gobierno y explotar a las poblaciones vulnerables. Al socavar la eficacia del Estado, la corrupción crea oportunidades para actores no estatales como terroristas, traficantes, insurgentes, cárteles de la droga y grupos criminales. La corrupción les permite infiltrarse e influir en el propio Estado, debilitando aún más la gobernanza y ampliando el alcance terrorista y criminal.
Además, la corrupción sistémica tiene una influencia no reconocida en la seguridad internacional. En las últimas décadas, ha habido una serie de levantamientos populares en todo el mundo. Primavera árabe, protestas de camisas rojas y amarillas en Tailandia, levantamiento de Kirguistán, revolución de la dignidad en Ucrania, Janatha Aragalaya en Sri Lanka, etc. La mayor parte de estos levantamientos llevaron a cambios severos no sólo en países sino también en regiones enteras. Todos tienen una cosa en común: un nivel extremadamente alto de corrupción en los gobiernos, lo que reduce drásticamente el nivel de vida de los ciudadanos. La corrupción crea un peligro para las poblaciones vulnerables. Al corroer el estado de derecho, le da a los depredadores la oportunidad de explotar a los vulnerables. En la India, la corrupción debilita la aplicación de las protecciones legales contra la violencia doméstica, lo que hace que las mujeres sean más vulnerables al abuso.
La corrupción socava la capacidad del gobierno para responder a las amenazas y garantizar la seguridad. Cuando el primer ministro iraquí Haider al-Abadi se preparó para enfrentarse a Daesh, descubrió que 50.000 soldados en la nómina del gobierno, que cuestan a los iraquíes 380 millones de dólares al año, ni siquiera existían.
En una serie de países, los gobiernos han sido reutilizados para servir al enriquecimiento personal de las redes gobernantes. Los gobernantes corruptos se niegan a transferir el poder, convirtiendo a los países en regímenes autoritarios. En Irak, los corruptores crean milicias personales y organizaciones privadas. Me he encontrado con ellos en mi experiencia profesional al proporcionar a los militares estadounidenses desplegados en Irak apoyo lingístico y cultural. Lamentablemente, no todos los países son capaces de hacer frente a la corrupción sistémica. En los últimos tres años, la indignación contra la corrupción ha alimentado las protestas en 32 países. Poco a poco, la lucha contra la corrupción está ganando impulso en todo el mundo.